LA CRISIS QUE VIENE
Nueva normalidad llaman a una situación que no deja de ser fuera de lo normal. Y esto ocurre porque no sólo nos estamos enfrentando a una enfermedad que requiere una atención hospitalaria mayor de la disponible si se extiende más rápido, sino porque la réplica del terremoto económico de 2008 se esta empezando a percibir.
Venimos diciendo hace tiempo, desde que se habló de “recuperación económica”, que la situación distaba bastante de haber pasado. A aquella crisis de 2008 que soportamos estoicamente las clase trabajadora salvaguardando con nuestra riqueza y nuestra salud al sistema bancario, al casino financiero y a las grandes empresas constructoras, decíamos que seguirían otras. Ya están aquí.
No pienso que este virus sea creado en laboratorio ni que sea fruto de una conspiración mundial, no porque no pueda serlo, sino porque no es necesario que lo sea. Los procesos naturales están afectados y los seres vivos sufren un gran estrés en el proceso de adaptación y subsistencia. Esto lo podemos comprobar de primera mano observando como los animales que se acercan a nuestras basuras tienen mayor éxito reproductivo que aquellos que necesitan unas condiciones de vida ligadas a ecosistemas más intactos. Las plantas más resistentes a los fitosanitarios son las que mayor esperanza de dejar descendencia albergan. No es extraño pues, que en este proceso de estrés de todos los seres vivos en general, también de los humanos, “entes” como los virus que no están ni siquiera contemplados entre el mundo de los seres vivos, puedan encontrar vías de entrada a células de grupos animales diferentes a los que los hospedan habitualmente. Visto que las células de otros grupos animales también están sometidas al estrés, estas pueden haberse vuelto vulnerables a virus a los que nunca lo fueron.
Estoy seguro que la pandemia representa una clara excusa bajo la que ocultar la inevitable crisis civilizatoria que comenzó en 2008. Hemos comprobado lo terriblemente débil que es nuestro país frente a cualquier tipo de agresión o contingencia no prevista. Sufrimos desabastecimiento de medios de protección tan sencillos como una simple mascarilla cuya fabricación no era posible en el propio país y que dependía de la capacidad de terceros. Eso mismo ocurría con todo tipo de material de protección laboral y sanitario. El esplendor económico del sistema que deslocaliza las empresas y que parece ser da poderío económico al país, poco puede hacer para ofrecer una cama a un enfermo que muere solo. Ni tan siquiera puede ofrecer un mandil de plástico a un sanitario que ha de improvisarlo con bolsas de basura.
Cuando la histeria llevaba a la aparición de colas en los supermercados que tenían que racionalizar los productos yo miraba la huerta zaragozana que nos rodea. Recordaba las etiquetas de trazabilidad de los productos más esenciales. No hablo del papel del culo, sino de la comida. De nuestro sustento. Y miraba alrededor, digo, porque viviendo rodeados de buenas tierras y regadíos, en gran parte, no veía en esos campos alimento que nos pudiera mantener. Campos y campos cultivados de alfalfa que se destina a la exportación. El agua de nuestros ríos, Gállego, Huerva y Ebro que ya no riegan nuestra verdura y fruta, sino la alfalfa de otros que no sólo se llevan esa alfalfa, sino nuestra agua de producirla. Agua que no riega nuestra comida ni da vida a nuestros ríos. La alfalfa que queda en nuestro país junto con maíz y otros productos, engordará cerdos que irán a Rusia o China, dejando aquí los residuos. Muchos de nuestros derivados del cerdo proceden inexplicablemente de cerdos que compramos a Polonia tras haber exportado los producidos aquí.
Una vez nos dicen que hemos llegado a lo que denominan ”nueva normalidad”, vemos que algunas cosas se mantienen en la “normalidad normal”. Es decir, desabastecimiento en los supermercados de legumbres de producción nacional que comparten pequeños espacios junto a las diferentes marcas “de toda la vida” que nos traen legumbre argentina, estadounidense o canadiense. La “nueva normalidad” intenta recuperar los negocios de ocio y restauración, que son legión en este país, pero no se percibe un cambio en la estrategia agrícola ni en la búsqueda de la soberanía alimentaria o industrial. El turismo es un negocio que vive con la condición exclusiva que en el bolsillo del ciudadano haya un excedente de dinero que permita gastarlo en estos establecimientos. La extrema fragilidad de nuestra economía, basada en el excedente financiero de los obreros, nos pone unos condicionantes que nos hacen terriblemente vulnerables. Si compras un paquete de legumbre procedente de Canadá o Argentina frente a uno de producción nacional, ahorras el dinero suficiente para entrar en un bar y tomarte un café antes de entrar a trabajar. Para compensar esto, el agricultor recibirá la subvención necesaria para no producir legumbres y poder adquirir la nueva maquinaria agrícola de las grandes empresas de ingenios mecánicos, de los químicos y abonos propios de la agroindustria, y todo ello mediante los préstamos bancarios que sean oportunos. Ocurre lo mismo con la ganadería o los productos textiles, cuyos productos no son asequibles a una gran parte de la población. Si queda dinero para turismo y ocio es porque consumimos muchos productos de precios inferiores y que se producen en otros lugares. Y no somos conscientes que el sector de mayor importancia es precisamente el que se desatiende, el agrícola, textil y ganadero. Lo que nos queda de estos sectores está industrializado amenazando la tierra sobre la que se sustenta, extremadamente contaminada por los productos químicos que garantizan que cada año crezca la cosecha, pero sin una visión de futuro en la que el estado en el que ha quedado la tierra importe gran cosa. La tierra sólo cumple la función de sujetar las raíces de las plantas para que no las arrastre el viento.
No producimos nuestro alimento, no producimos nuestros ingenios mecánicos, no producimos nuestro material sanitario más sencillo, no producimos nuestra ropa… Pero ya se ha producido el primer “ rescate bancario con dinero público en forma de simulación ”. En esto, la normalidad sigue siendo la de siempre. Cuando la “nueva normalidad” se quite la careta y venga con recortes en los salarios… ¿tendremos para el café aunque los garbanzos que compremos sean de Argentina?. ¿Podremos pagar subvenciones a los agricultores y ganaderos españoles para que gasten ese dinero comprando químicos, tractores y produciendo alfalfa para los camellos de Arabia o cerdos para Rusia?. ¿Habrá una excusa que justifique que la economía colapsa cuando las noticias no sean las limitaciones de horarios o de circulación sino el recorte de salarios y derechos laborales?.
La emergencia sanitaria quizá desaparezca un día si conseguimos una inmunización a la enfermedad. No será tan fácil que desaparezcan las consecuencias económicas de un sistema que se basa en el crecimiento indefinido y el transporte de mercancías sin sentido a nivel mundial, pues su pujanza ya no depende de lo tangible, sino de las especulaciones artificiales en las bolsas. El cambio a un sistema más basado en la soberanía de las personas que producen en cada territorio y no de las bolsas tiene dos caminos, el voluntario, meditado e incluso programado por un lado, y el de la realidad más dura, el del colapso. Este último camino ya lo anduvieron civilizaciones anteriores a la nuestra, y siempre conlleva sufrimiento y penuria. No está de más, por lo menos, ser conscientes de lo que llega.
Vassili Záitsev
“ La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer” Bertolt Brecht